Mensajepor Johannes_Granatensis » 31 Ago 2004, 17:26
Se trata de una gran marcha fúnebre compuesta, como ya se ha dicho, en 1943 por Antonio Pantión, profesor del Conservatorio de Sevilla y discípulo, nada menos, que de Joaquín Turina.
Originalmente, fue compuesta como música incidental para el famoso NO-DO (noticiario que antecedía, con carácter oficial, las proyecciones en nuestros cines durante la dictadura). La pieza que nos ocupa sirvió para ilustrar musicalmente unos incidentes trágicos, de ahí su carácter sombrío. Antonio Pantión, consciente del empaque de la pieza, decidió rescatarla y convertirla en marcha fúnebre. Fue dedicada a la Hermandad de San Vicente.
Entre las restantes obras obras del autor cabe destacar: "Tus Dolores son mis Penas" (1970), "Cristo de las Siete Palabras" (1955), "Esperanza Trinitaria" (1971) y "Virgen de las Penas" (1973), esta última dedicada a la Hermandad de la Expiración de Málaga. Compuso asimismo música de capilla
Jesús de las Penas, como se ha indicado, es una marcha fúnebre de factura clásica. Está escrita en la tonalidad de do menor. (Los modos "menores" se caracterizan por evocar una atmósfera más sombría y melancólica, mientras que los "mayores" poseen mayor brillantez; son, por tanto, predominantes en la música procesional llamada "seria".)
Se inicia con un motivo entrecortado y rítmico, en los registros graves, que crea desde el principio una atmósfera trágica. Los silencios de corchea que separan los acordes de este primer motivo intensifican el sentimiento de angustia que se experimenta al escuchar los primeros compases. Alternan los matices "paino" y "forte", en un juego inteligentemente dosificado de dinámicas sonoras. El motivo inicial se desarrolla en una progresión vertical, siempre sobre el acorde fundamental de do menor, hasta estallar en "fortissimo" en una breve modulación a sol mayor, que se desvanece de inmediato al regresar de nuevo a los sonidos sombríos del comienzo.
Tras una reexposición de la primera sección, se inicia el trío, en do mayor. Una melodía dulcísima, desarrollada en "piano" primero, y después en "forte", transforma la atmósfera fúnebre del comienzo en una suave brisa apenas turbada por el recuerdo de los sones trágicos del comienzo.
De hecho, una nueva recapitulación de la primera sección sirve de conclusión a la obra.