Mensajepor Arrivat » 14 Dic 2010, 01:02
Miren lo que he encontrado por la red:
La Virgen de Sevilla
A la Esperanza Macarena
Poema sinfónico
sobre motivos cofrades
Último tramo de nazarenos del cortejo de la Virgen de la Esperanza Macarena, madrugá del Viernes Santo sevillano. En él se encuentran los hermanos más antiguos de la corporación; la mayoría sobrepasan los cincuenta años de edad llegando una escueta minoría a ser sexagenarios. El nazareno más mayor de todos ellos, bajo su túnica y antifaz, vive sus últimos momentos al lado de la Señora de la ciudad, de quien se despide durante los últimos minutos de la procesión de forma íntima y melancólica a sabiendas de que los achaques de la edad y demás circunstancias personales no le permitirán acompañar a su Dolorosa de la Esperanza.
Tras la fría madrugada, el sol del mediodía macareno calienta su espalda. Cansado, somnoliento, casi ajeno a la enorme multitud que se agolpa a las puertas de la Basílica donde la Virgen aguardará la madrugá del próximo Viernes Santo, el nazareno reposa apoyado en su cirio en estado de duermevela. Percibe lejanos los sonidos de la muchedumbre tan cercana, la luz penetra en sus ojos entornados de la cabeza que hunde sobre sí mismo.
Se despierta bruscamente con el estallido de la banda que acompaña al paso. Todo el barrio rezuma la alegría de ver cómo su Madre vuelve a casa, el esplendor de una Hermandad que regresa triunfante. Aplausos, piropos y vítores para la Virgen de la Esperanza. Los pajarillos que anidan en las cornisas del templo surcan el cielo. Como banda sonora, “Coronación de la Macarena” marcha por excelencia de la Virgen de la Esperanza.
El brusco despertar del nazareno dormido se empapa de la atmósfera pletórica. La paleta de luces, colores y sonidos le embriagan hasta sobrecogerle. Todos y cada uno de los presentes vive en lo más profundo de su interior los mismos sentimientos, pero nuestro nazareno siente que para él es distinto. Tras toda la alegría, la melancolía invade su ser.
Sus labios se despegan por primera vez en las catorce horas que ha durado la estación de penitencia. Sin voz y ahogado por una amalgama de sensaciones contrapuestas, recita una oración.
Como el tic tac del reloj por el que fue cambiada la imagen de la dolorosa según la vieja leyenda del barrio, las bambalinas del palio de la Virgen chocan con la plata de los varales que las sostienen.
A mitad de su oración, el nazareno se rompe en mil lágrimas hasta mojar el terciopelo del antifaz que oculta su rostro surcado de mil y una arrugas, muchas de ellas forjadas en labores de la Hermandad. Sus labios continúan pronunciando sonidos apagados pero no puede evitar apartar la vista del rostro de la Virgen Macarena, cierra los ojos y agacha la cabeza para mentar las últimas palabras de su sentida oración mientras siente el escozor de sus ojos anegados.
Levanta la vista y todo desaparece. Sólo puede ver los rasgos castizos de la dolorosa. Contempla su perfil triste, propio de las imágenes de la virgen en sus dolores, él mismo escucha el suave roce del resbalar de las lágrimas por las mejillas morenas de la Virgen mientras las mariquillas de esmeraldas que le regalara Joselito “El Gallo” antes de morir tintinean en su pecho.
Pero el sol se abre paso entre el bosque de cera, flores, terciopelo y orfebrería y se topa con el divino rostro incendiándolo de luz. El anciano nazareno contempla ahora el famosísimo perfil alegre de la Macarena, aquél que sirvió de inspiración a poetas y compositores, la “sonrisa” de la Macarena. Ajeno a la particular situación, el público arracimado en las proximidades aplaude cuando el rayo de sol ilumina el rostro de la Virgen.
Ambos, el nazareno y la Macarena, el hijo y la Madre, dialogan. Privilegiado, al emitir su garganta el primer sonido, escucha la voz de la Señora. Sendas voces se entremezclan y el suave tono de la de la Virgen contrasta con el ronco del nazareno.
Lo sublime del momento puede con sus fuerzas, se siente decaer mientras todo a su alrededor da vueltas. Vuelve a adormecerse, una vez más se encuentra solo con la Virgen entre las miles de personas. Ya no puede pensar en oraciones, sus palabras son de despedida. Le habla a la Señora de Sevilla dándole gracias por cada segundo de su vida, por lo concedido. Palabras de amor.
Las bambalinas continúan redoblando marcando los últimos segundos que la Virgen pasará en la calle.
Esta vez sin lágrimas, el llanto se apodera del nazareno que llorará por última vez. Es llanto de alegría, de agradecimiento y resignación. Todo el barrio aplaude al tiempo que se despide de su Virgen hasta la próxima Semana Santa, pero el nazareno sabe que para él no habrá ninguna más, ésta es la última que la vida le permite.
Se hace el silencio en la explanada repleta de sevillanos y foráneos. El capataz da las indicaciones para la última levantá. La Virgen se eleva con los aplausos de su gente, el aplauso más poderoso.
La Macarena penetra marchando paso atrás poco a poco en su templo mientras el nazareno se despierta lentamente de su estado de duermevela entrando en éxtasis y viendo pasar toda su vida en milésimas de segundo.
La Virgen ha entrado, terminó su procesión. Los sueños se han cumplido.
Con el golpe del llamador que detiene el paso de la Señora, el corazón del anciano nazareno se detiene… para siempre.