Mensajepor Johannes_Granatensis » 10 Nov 2004, 17:11
La muerte es un tema recurrente y obsesivo a lo largo de toda la historia de la música, como lo es en la poesía. El hombre tiene el privilegio, y la tragedia, de la conciencia de su propia finitud. Esto no deja de ser terrible, si lo comparamos con la "inocencia" de los seres irracionales.
El arte, que siempre habla de las cosas que importan de verdad, ha tratado de forma continuada el tema de la muerte a través de una especie de sublimación: ha convertido la fragilidad de la existencia humanae, el hecho doloroso de la aniquilación, en objeto estético, alcanzando creaciones verdaderamente memorables.
¿Conocéis esa página de gregoriano titulada MEDIA VITA? Es aterradora y a la vez gloriosa. "Media vita in morte sumus", en mitad de la vida estamos en la muerte. Se dice que su autor, un monje del monasterio suizo de San Galo la escribió mientras contemplaba a un campesino tendiendo un puente, abismado ante el peligro.
Los numerosísimos Réquiems que llenan la historia de la música son otra prueba excelente de esto. Desde el "Officium Defunctorum" de Tomás Luis de Victoria hasta el Réquiem de Mozart.
El Romanticismo hizo de la muerte un tema recurrente, explorando la belleza de lo trágico, la exaltación de lo individual ante un destino universal que nos iguala a todos ante la realidad última.
La cultura de nuestro siglo no parece llevarse bien con la muerte. La búsqueda del placer, de la belleza, la eliminación de todo tipo de barreras, un nuevo mito del progreso sin ideologías, light, hedonista hasta los topes, no puede soportar la idea de la decadencia física, la enfermedad o la muerte. El hombre medieval vivía en contacto con la experiencia de la muerte, no tenía más remedio que familiarizarse con ella. El hombre actual mira para otro lado. Pero da igual para dónde miremos.
Habéis citado "Memoria Eterna" de Beigbeder. ¿Hay una melodía más "funebre", más dolorosa, que esta para aludir a la muerte? Sin embargo, si observáis atentamente, bajo esa melodía tristísima, exánime, late una serenidad de la que podemos sacar una gran lección.
Un saludo.