La torre de marfil tentó mi anhelo;
quise encerrarme dentro de mí mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde las sombras de mi propio abismo.
[...]
Mi intelecto libré de pensar bajo,
bañó el agua castalia el alma mía,
peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía.
En esos términos expresaba Rubén Darío, en sus Cantos de vida y Esperanza(1905), la característica fundamental y clave de bóveda del modernismo literario: el alejamiento de la realidad cotidiana, la aristocratización del arte, de la que él fue creador. Buscaba el movimiento modernista el aislamiento estético de su obra en una minoría formada y culta que debería ser único público de la misma. Los modernistas sólo escribían (entiéndase ésta como una generalización poco científica) para los que "lo merecían", alejándose de una masa popular que no les importaba lo más mínimo, y a la que no consideraban digna de leer su obra.
Aplicándolo a nuestro contexto de marchas procesionales, observamos, en los últimos tiempos, cómo bandas que eran adalides de la chabacanería se trocan ahora en estandartes del descubrimiento y popularización de marchas de inmensa calidad que jamás debían haberse perdido (para otra disquisición, ya efectuada, queda si estas corrientes responden a una nueva moda o a una verdadera interiorización de la búsqueda de la calidad musical en la marcha), y que suelen no apasionar al gran público, cuyo oído no está sensibilizado con complejas obras de, por ejemplo, San Miguel o Beigbeder. Agradeciendo sin medida su labor, y reconociendo su mérito, estas bandas graban discos que son técnicamente perfectos y de indescriptible calidad, pero que tienen un contenido que se aleja de los gustos del gran público, destinatario único de la misión educadora que debemos, los amantes de la buena música procesional, atribuirnos. Sabemos todos, también, que en el ser humano producen rechazo los cambios que le han venido impuestos o que se producen con gran celeridad, y que nuestra mente es más receptiva a variaciones graduales e imperceptibles que, progresivamente, modifiquen nuestros gustos y necesidades.
Por todo esto, la reflexión que propongo, que algunos podéis calificar de innecesaria o desagradecida, y que no lo es en absoluto, es: ¿debemos encerrarnos los amantes de la música de calidad en nuestra torre de marfil, sin aguardar a que se produzca en el gran público el salto cualitativo en la marcha procesional que desde aquí propugnamos, o debemos ejercer nuestra labor educadora más gradualmente, grabando discos que, aunque de buena calidad, sean atractivos para el gran público, instándolo a conocer lo bueno y atractivo, preparándolo para la conquista de los repertorios por la buena música procesional?
Esperando que esté bien formulada, y siempre dejando clara nuestra dicha porque por fin se grabe calidad,
saludos.