Mensajepor Marsias » 01 Nov 2005, 13:36
No debemos olvidar nunca de donde venimos, por lo tanto quienes somos y adonde vamos, o mucho mejor dicho, adonde debemos ir, para en un principio, al menos, no meter en un mismo saco, ni medir con el mismo rasero las distintas adaptaciones existentes para nuestra música procesional.
La marcha procesional para banda completa, o como se suele mal llamar, banda de palio, nace en la segunda mitad del siglo XIX como expresión del nuevo carácter exquisitamente romántico que adquiere nuestra Semana Santa en ese periodo, y heredera de las magníficas composiciones, -especialmente las marchas fúnebres-, de los grandes autores románticos europeos, por lo tanto gran parte de la música procesional que actualmente gozamos, ha llegado hasta nuestros días después de importantes e interesantes evoluciones y transformaciones, pero siempre manteniendo unas esencias inalterables a través de los tiempos; que han sido su espiritualidad, su trascendencia emocional y su dimensión religiosa. Esencias que han ayudado a tejer el lazo de conversión propio del ser de nuestras hermandades y cofradías.
Es por esto por lo que tenemos que ser altamente conscientes y conocedores del legado musical que hemos heredado y del que día a día va incrementando el mismo, dada su importancia estética y simbólica. Pero curiosamente, como contrapunto a todo esto, en las últimas décadas somos testigos de cómo frente al avance en la calidad interpretativa de nuestros músicos, existe un cierto alejamiento en cuanto a la creatividad musical de algunas nuevas composiciones, y no por falta de belleza en las melodías pautadas, sino más bien por la pérdida en algunos autores de la gravedad de la creencia, de la profundidad del sentimiento, del entendimiento para lo que se crea, cayendo deplorablemente en una oquedad donde por falta de luz, de luz espiritual, se confunde lo popular con lo vulgar, y nuestra Semana Santa siempre a sido popular, jamás lo fue vulgar
A nadie, es cierto, se le puede exigir la inspiración, pero sí el conocimiento y el no olvidar el ánimo sagrado que engendró a nuestras cofradías, la grandeza de la cultura que las ha sustentado a través de los tiempos y la ciudad que las ha custodiado. Por lo tanto no podemos convertir nuestra música procesional ni en torpes parodias, ni en simplistas composiciones de pegadizas melodías faltas de profundidad y espiritualidad, ni mucho menos utilizar sucedáneos o adaptaciones de canciones nunca más lejos del grado y categoría que debemos perseguir, y en muchos casos contrarias a nuestro propio sentir como cofrades, delatando con su utilización en nuestros actos nuestra propia ignorancia y desconocimiento, por mucho que puedan entrar en las listas de éxitos y superventas, o algunos pretendan que puedan ser empleadas como doping para poco versados y poco sufridos participantes de nuestras cofradías (léase numerosos costaleros y capataces).
Por lo tanto para una ópera sagrada como definió Carlos Colón a nuestra Semana Santa, es imprescindible la música, pero la música que evoque y represente solemne y dignamente lo que vemos y sentimos.
Perdonadme el sermón.