En el siguiente post, quisiera que reflexionásemos un poco sobre esa cantidad de frases que hemos escuchado muchísimas veces como... ¡vaya marcha más aburrida! o ¡es que con estas marchas yo me quedo dormido!. Expresiones que todos hemos oído alguna vez y por qué no negarlo, alguna vez la hemos dicho o pensado nosotros mismos al escuchar por primera vez en nuestra vida, las primeras marchas de Manuel Borrego, o Manuel Font Fernández, por poner algunos ejemplos. Normalmente, muchos se excusan en, es que yo no soy un "entendido".
Para exponer todo esto, con permiso de Don Francisco Pastor Bueno, voy a insertar un artículo suyo que me ha llamado poderosamente la atención y que se puede ver en su propia página web. Es un artículo que trata sobre la música clásica en concreto, pero que creo que se podría hacer extensible a esto de las marchas procesionales y al de la música en general. El artículo en cuestión fue publicado en la revista "Triana" en Junio de 2004.
¿LE GUSTA A VD. LA MÚSICA?
Sí, sí, a Vd. le pregunto, a Vd. amable lector trianero. ¿Le gusta a Vd. la música?. Cómo que ¿qué música?. Pues la música; ¿cuántas músicas conoce Vd.?. ¡Ah, es que Vd. distingue entre varios tipos: el flamenco, la música moderna y la música culta!; si hombre, esa que llaman clásica. Ya claro, a Vd. le gusta la música que conoce, la que entiende: ¡es que la música clásica no la entiendo y por eso no la oigo!.
En cambio yo es que me duermo con tantos tíos de negro tocando el violín. Una vez fui a la Iglesia de los Paules a escuchar a una Orquesta de esas clásicas y, chiquillo, aquello era más aburrido que la mar: ¡claro es que como yo no entiendo...!
Bueno, y a Vd. quién le ha dicho que la música hay que entenderla. ¿Entiende Vd. de jamones?. No ¿verdad? y ¿a que le gustan?. Claro, porque está bueno. Pues la música, la que está bien hecha, la que expresa sentimientos, también está buena. No hace falta entenderla para que guste.
La música es un arte. Es una de las bellas artes, Y lo es porque su única finalidad es crear belleza. La belleza no es preciso entenderla para apreciarla, para que guste. Aquella alemana que sale por la tele, tan rubia y tan guapa, me debería gustar pero como no la entiendo. ¡Venga ya hombre!.
Lo que pasa, creo yo, es que aquí hay dos grupos de personas: los que nos acomodados a lo fácil, a lo que hemos oído en casa de toda la vida (las sevillanas, la marcha Amarguras y alguna que otra copla) y no nos queremos esforzar en acostumbrar nuestro oído a otras cosas, y aquéllos otros que presumen de eruditos porque han oído una Sinfonía de Malher o porque llevan en la guantera del coche Los Conciertos de Brandendurgo de Bach.
-¡Vaya tela, Maestro, pues sí que está Vd. puesto en la música santa esa!.
- No, hombre, no. Música santa era como llamaba mi señora madre a la música clásica cuando yo daba la tabarra en mi casa escuchando los discos de Beethoven o de Mozart. Una sinfonía, un Concierto o una Sonata no son más que buena música con una duración cinco o seis veces mayor que una canción moderna o una copla de Juanita Reina. Y ahí es donde radica el problema.
Verán Vdes.: El oído humano –vamos, nuestro oído- lo puede oír todo (o sea, aquellos que funcionan bien), pero en cambio nuestro cerebro tiene una capacidad limitada (capacidad espacial) para recordar la música que hemos oído cuando han pasado un cierto número de minutos y relacionarla con la que escuchamos a continuación. ¡Alto ahí, Maestro!, no siga Vd. por ese camino que le veo venir. ¿A que ahora va a resultar que la culpa la tengo yo por tener poca capacidad espacial de ésa que Vd. dice?. No, no es eso, déjeme Vd. continuar a ver si puedo explicárselo.
Lo fundamental para apreciar una música es que podamos relacionar fácilmente las distintas partes que la componen para que, de esa forma, aparezca ante nuestro cerebro como una cosa conocida. Habrá Vd. observado que en las canciones modernas, en las coplas, etc, siempre hay un estribillo muy pegadizo que se repite varias veces y que todos tarareamos, casi sin darnos cuenta, cuando nos estamos afeitando. Además, en esas canciones suelen aparecer no más de dos melodías distintas (una de ellas es ese estribillo al que antes me refería), que se cantan varias veces simplemente cambiando las estrofas que la componen. ¡No, no! No me pregunte Vd. que son las estrofas, ya se lo digo yo: las estrofas son la letra que componen cada uno de los versos. Me parece, por la forma en que me mira Vd., que no lo he explicado muy bien ¿verdad?. Pero bueno, permítame seguir con mi argumento y ya verá como, al final, llegamos a entendernos.
Cuando escuchamos esa canción o esa copla un par de veces o tres, como consecuencia de que los temas musicales son cortos y se repiten varias veces, nuestro cerebro es capaz de recodarlos y de reconocerlos cuando vuelven a aparecer a lo largo de la canción. Por eso nos parece que “entendemos” esa música. Pero no es que la entendamos, simplemente, nos suena porque se ha repetido en un espacio de tiempo tan corto que la capacidad espacial de nuestro cerebro todavía la tenía en su campo de acción.
La diferencia entre una canción moderna y una obra de música clásica, considerada a los efectos de nuestra capacidad espacial, está en que mientras la canción dura cinco o seis minutos, la obra clásica puede alcanzar la media hora y hemos de dejar que nuestro cerebro vaya procesando toda esa información y, de esa forma, ir ampliando su campo de acción.
- ¡Ya, o sea que se trata de trabajar más!
-Bueno, hombre, sí y no. De lo que se trata es de acostumbrarnos a seguir la música como si leyéramos un libro. Verán Vdes., les voy a dar un truco para conseguir ese entrenamiento sin esfuerzo alguno.
Cuando estén Vdes. tranquilos, leyendo o haciendo bricolage, pongan en el Compact Disc un disco de música clásica, a ver, podría ser...... eso es, la Sinfonía del Nuevo Mundo de Antonin Dvorak. Déjenla sonar mientras Vdes. se dedican a otra cosa y no le presten atención. Repitan esta operación durante algunos días. Al cabo de pocas semanas, un buen día cuando se esté duchando, o cuando vaya conduciendo su coche distendidamente, notará sorprendido que empezará a tararear esa música a la que no le había prestado ninguna atención y ¡voilá! ya está.
- ¿Cómo que ya está?, ¿Quiere Vd. decir, Maestro, que ya entenderé de Música Clásica?.
- No, amigo, no entenderá Vd. de Música Clásica, como no entienden muchos millones de personas que disfrutan de ella. Simplemente pasará que ya le resultará fácil seguir auditiva y sensitivamente una obra musical de estas características, es decir que su cerebro ya tiene el entrenamiento necesario para poder “degustar” de esta música. Que Vd. se aficione a ella o no ya es una cuestión de consumirla habitualmente.
- Ahora le entiendo, Maestro, no se trata de entender la Música Clásica, sino de acostumbrarse a ella, de dejar que ella se apodere de uno y que la dejemos recorrer cada uno de nuestros sentidos para que siembre en nosotros la capacidad de disfrutar de las sensaciones y de los sentimientos que es capaz de generar.
- Cierto, amable lector trianero, de eso se trata y si hace Vd. la prueba que le propongo y no le da el resultado sugerido, hágamelo saber y entonces empezaré a dudar de la capacidad que tiene la música para decir tantas cosas, sin decirlas.
Francisco Pastor Bueno
Web: http://www.franciscopastor.es/archivos/gustamusica.htm