La compañía fiel de aquel disco ... "Cordero de Dios"

[clavesol]

Recuerdo aquella tarde como si fuera ayer. Deambulaba por el centro histórico de Madrid, a ambos lados aparecían edificios tan emblemáticos como el Teatro Real, el Palacio Real, los cines de la Gran Vía, la calle Alcalá ... pero todo se quedaba chico porque las tardes tenían ya el color particular del friso de la cuaresma, tan especial para el cofrade. Lo recuerdo de forma triste, miraba carteles obsesionado, buscando alguna pista, algún concierto, algún culto, algo que me conmoviese y me hiciera sentir como si estuviera en mi querida Andalucía, como si mis pies besasen la calle Pepita Jiménez camino del cuartelillo de mi cofradía, como si mis manos acariciasen la puerta de la Asunción para entrar a montar el altar de cultos.

Lo recuerdo, ¡ay, sí lo recuerdo!. Deambulaba desesperado, nostálgico y taciturno, cuando me adentré por un sendero de calles madrileñas que desconocía ... me adentré y allí me lo encontré ... la librería San Pablo. Entré, buscando algo "cofrade" que me hiciera revivir la vida perdida en esas dos semanas sin ver mi pueblo respirando "cofradías" por los cuatro costados. Subí a la planta de arriba y topé con una estantería de música religiosa. Eran fechas de lanzamientos de discos de música procesional, así que busqué desesperadamente algún disco de ese género.

Y estaba allí, esperándome, cual taumatúrgica medicina. Era "Cordero de Dios", el nuevo disco de la Sociedad Filarmónica Ntra. Sra. de la Oliva de Salteras por aquel año. El título me llevó a sacarlo de la estantería antes de que acumulase más polvo. No me paré apenas a ver el contenido del disco, aunque sabía que incluía una marcha que desconocía musicalmente, pero de la cual tenía constancia por referencias: “Cordero de Dios”, del célebre Ricardo Dorado.

Andando rápido, raudo, llegué al piso con la respiración entrecortada. Quité el envoltorio y me tumbé en la cama escuchando aquella sinfonía que sabía más que nunca a gloria, mientras que me recreaba leyendo el librito explicativo del disco. Contenía una marcha que con el paso del tiempo se ha convertido en un “caramelo”, “Señorita de Triana”; “Cordero de Dios”, la versión majestuosa de “Amarguras” o la “Marcha fúnebre de Chopin”; el descubrimiento para mí de la marcha “Jesús de Pasión” de Pedro Braña, y su lírico solo de trompa, etc. No sé cuántas veces escuché ese disco durante los días siguientes, solamente sé que era mi compañero en los trayectos en metro, a las siete de la mañana. Cuando el desánimo se asomaba en una esquina, en la otra aparecía la magna armonía de “Cordero de Dios” o la jovial melodía de “Señorita de Triana”, cuya introducción era el mejor pórtico a un día duro lejos de mi tierra.

Fue ese día. Ahí empezó una historia, y desde entonces la música cofrade se convirtió, más que nunca, en mi fiel compañera y amiga.

Sirvan estas líneas para felicitar a esta magnífica banda, La Oliva de Salteras, cuyos discos constituyen siempre un ejemplo. Éste en concreto, el de “Cordero de Dios”, para muchos será un gran disco, pero para mí es más que eso. Su aparición aquella cuaresma fue sin duda muy especial para sobrellevar la lejanía profunda que me separaba de mis costumbres cofrades.

[Lastrucci1923]

Compañero clavesol, me has llegado al alma. Con tu eficaz y literaria pluma me has hecho partícipe de tus sentimientos como si a mí mismo me hubiera pasado. Gracias por esta abrumadora reflexión tuya.

Hasta en el rincón más recóndito del planeta seguro que hay algo que nos remita, que nos conecte a nuestra esencia, como aquella foto enmarcada de la Macarena que alguien encontró en una tiendecita perdida de Pekín.