Mensajepor fiscal_palio » 25 May 2008, 14:07
Esto es lo que contaba Antonio Hernández Sánchez, ex-miembro de Soria 9 en los tiempos de Farfán y que es incluido por Manuel Carmona en su libro "Un Siglo de Música Procesional en Sevilla y Andalucía"
Entramos en la Cuaresma y don Julián, que no conocía lo que era la Semana Santa de Sevilla, se reía cuando le decían que se iba a cansar de las procesiones, porque se hablaba de lo largas que eran y las horas que había que ir detrás de los pasos, que eso agotaba al más duro. Pero él insistía en que no le agotaba nada. Comenzamos los ensayos de las marchas de procesión y entre ellas había una de Mariano San Miguel que se llamaba Mektub, que quiere decir "Estaba escrito", de una polifonía esmerada. "Esta es la que tocaremos cuando entremos en la calle Sierpes", nos dijo.
—Pero, don Julián, ¿cree usted que vamos a tocar cuando entremos en la calle de las Sierpes? —le preguntó Teodoro Mármol.
—Claro, ¿no es la calle principal de Sevilla?
—Es que no le van a dejar a usted. Espere usted y verá. En la calle Sierpes se ponen los mejores saeteros y el público es el primero que nos va a mandar a callar.
—Eso, lo veremos —respondió don Julián.
Llegó la Semana Santa y no me acuerdo de las procesiones que hicimos. La Banda del Regimiento de Soria estaba en su mejor momento. Sonaba muy bien y por este motivo todas las cofradías querían llevarnos. Yo lo que recuerdo muy bien es que en toda la Semana Santa, desde el Domingo de Ramos hasta el Viernes Santo inclusive, dormimos diecisiete horas. Estábamos agotados. Tantas horas detrás de las cofradías y, por si fuera poco, los Reyes y sus hijos estuvieron en Sevilla durante toda la Semana Santa por lo que teníamos que alternar con las procesiones el servicio de guardia en el Alcázar.
Yo de las que más recuerdo eran las de las Cigarreras y la Macarena. La de las Cigarreras, no sé por qué tenía que llevar de escolta un batallón del Regimiento de Soria (no podía ser otro), con bandera escuadra y música. En esta cofradía no había contrato. Todo fue llegar al cuartel y salir para la Macarena que salía en aquella época a la una de la madrugada. Nosotros teníamos que llevar por la mañana a la Compañía que tenía que ha-cer guardia en el Alcázar a las once de la mañana. Veríamos como nos la arreglábamos.
Llegamos a la Plaza de San Gil (que era por donde salía la procesión), una plaza sumamente chica en la que, en el momento de llegar nosotros, había más de mil personas para ver salir a la procesión. Nos costó un trabajo enorme el poder llegar y eso que Don Julián mandó formar a la banda y ordenó a Castillo, el caja, que batiera marcha. Y aún con todo esto no nos dejaban entrar en la plaza. A una mujer la tuvieron que retirar asfixiada. En una palabra, un caos. Salió la procesión y don Julián seguía metido en sus trece de que no se rompería la disciplina y que iríamos muy bien formados sin descomponernos. Llegamos a la calle Amor de Dios y yo me iba orinando porque no nos había dado tiempo a nada. Así que llegué hasta él y le dije lo que pasaba. Me miró y me dijo:
—¡Méate en el saxofón, no hay permiso!
—Pero, señor, que no puedo aguantar más y si usted no me da permiso, aunque me arreste, tendré que desobedecerlo. No tengo más remedio que ir.
Me vio tan desesperado que me dijo que fuera, pero que enseguida me incorporara. Yo entré en el mismo establecimiento en el que dejamos a mi tocayo la noche de la borrachera y después de hacer la necesidad me tomé una caña y me incorporé a mi sitio. Cuando llegamos a la Campana aquello era una masa compacta de público. Había un cordón de guardias de Seguridad que impedían que se cerrara la calle que ellos habían formado para que pasara la procesión. Todo estaba bien, pero cuando llegó la Virgen la calle se cerró. Rompieron el cordón y yo sentí que me cogieron en volandas y que me decían: "No tengas miedo cajones, que no te pasa nada". Y con el saxofón en alto me fui a poner los pies en el suelo a la entrada de la calle Sierpes. Cuando nos pudimos organizar, don Julián mandó formar y nos dijo que pusiéramos la marcha "Mektub".
Comenzó la caja a batir marcha, se dio el golpe de bombo y comenzamos a tocar. Como era una marcha muy fuerte y de mucho efecto, el público comenzó a sisear y como no nos enterábamos, pues seguíamos tocando, comenzaron a escucharse voces de "¡fuera, fuera, que se calle la música!". Y los cantaores de saetas queriendo cantar sin poder, hasta que llegó un teniente coronel de Estado Mayor, que se llamaba Ristoris, y le dio un golpe en el pecho a don Julián diciéndole: "¿Se quiere usted callar, so idiota?". Don Julián calló a la banda y ya no tocó más, pese a que era costumbre tocar en la Plaza de San Francisco donde estaban todas las autoridades y la familia real. Así, hasta que llegamos a la puerta principal de la catedral, que era por donde entraban las cofradías y había que tocar la Marcha Real. Cuando salió la procesión de la catedral eran las seis de la mañana. Durante la Semana Santa se pone un tendido de sillas frente a la Puerta de los Palos, a la salida. Como la procesión tarda un rato en hacer estación dentro del templo, don Julián se tendió entre unas sillas y nos dijo: "Haced lo que os dé la gana ". El pobre hombre se desengañó de lo que era la Semana Santa sevillana.
Como ya he dicho, nosotros teníamos que llevar a la Compañía de guardia al Alcázar para el relevo de guardia que era a las once, pero que salía del cuartel a las diez y media. Cuando entramos en la calle Feria eran las diez. Estaban en un tabanco, de los muchos que había en la calle, unos pocos músicos de una banda de las muchas que de los pueblos cercanos a Sevilla van a las procesiones. Don Julián preguntó por el director de la banda, le contó el compromiso que teníamos y le pidió que nos relevara durante dos horas. Como la hermandad ya sabía que tenía que ocurrir eso no puso reparos. Cuando a las doce y media nos incorporamos a la procesión, ésta había avanzado unos quinientos metros. Quiero con esto decir que la procesión se recogió a las tres de la tarde.
Pasado el verano de 1930, Antonio Hernández Sánchez abandonaría la Banda de Soria para dirigirse a Canarias donde había pedido traslado. Las últimas notas que dejó escritas sobre el músico mayor Julián Sánchez Mayoral, se refieren a los trágicos errores que le costaron la vida:
Cuando el golpe de Estado que quiso dar Sanjurjo en Sevilla, él se adhi-rió al general y salió a la calle al mando de una compañía y como fracasó lo destituyeron y lo mandaron disponible forzoso a Madrid. Y cuando lo hizo Franco y se rebeló contra la República, cuando el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, le cogió en Jaca y se hecho a la calle en contra de Franco. Lo inmediato fue que lo detuvieran y lo fusilaron en la Plaza Mayor de la ciudad. Ese fue el fin de don Julián Sánchez Mayoral.