Mensajepor clavesol » 29 Abr 2010, 09:06
Además del artículo que hemos colgado en esta web, hoy aparece en ABC de Córdoba una reseña preciosa de Luis Miranda sobre Joséd de la Vega.
El generoso corazón de un músico
LUIS MIRANDAJueves , 29-04-10
Por mucho que los modernos y minúsculos reproductores la pongan al alcance de la mano, por muy fácil y muy barato que sea encontrarla tecleando y disfrutarla abriendo bien los oídos, la nuestra es una época donde el ruido se come a la música. Aunque parezca una paradoja, la música es la mejor amiga del silencio, porque sólo con él se la entiende del todo, sólo vaciando la cabeza de todo lo que estorba se puede comprender bien el vértigo de notas y sensaciones que deja una buena partitura. Ed Harris lo dice en una película, metido en la piel de Beethoven, cuando compara inspiración y revelación divina: «Dios susurra a los oídos de los hombres, pero les chilla a los míos, por eso estoy sordo. Todos creen que vivo en el silencio, pero no es verdad; siempre tengo la cabeza llena de sonidos».
Esta sociedad no sabe vaciar el alma para que la música entre y se haga un hueco desde el que crecer con toda la exuberancia de su armonía, y mucho menos en un país como España, donde la más hermosa y espiritual de las artes tiene entre el común de la gente la consideración de un decorado sonoro sin importancia, donde la calidad va por detrás del decibelio y el reconocimiento se mide en euros y ventas.
En la madrugada de ayer murió en Madrid un compositor, alguien que escuchó la música en el corazón y tuvo la bondad de compartirla con todo el mundo. Se llamaba José de la Vega y había nacido en Córdoba hace 81 años. Nunca le falló el oído, pero sí la vista, como si sus ojos hubieran deseado que concentrase toda su energía en la música. Quería a su tierra como sólo se la quiere cuando a uno la arrancan de ella, la expresaba como sólo se puede hacer en la distancia, sin los defectos que quienes estamos todo el día en ella nos empeñamos en ver, pero también con la pureza del que conoce su esencia y la cuenta sin afeites ni adornos extraños. Solía decir que para él componer era cantar, emocionarse y emocionar con las notas y no hacer una música matemática que atendiera más a las teorías que a la emoción.
Aunque fue un excelente violinista y creó canciones y música de cámara, el éxito y los aplausos más cálidos le llegaron con las marchas procesionales, un género que no tiene de menor más que la duración obligada de tocar en la calle y los prejuicios de quienes no quieren escuchar. Allí pintó una Semana Santa lírica y honda, despojada de adherencias superficiales y llena de Andalucía en la nostalgia que da el alejarse de las cosas que se quieren y se han comprendido hasta el final. No con «ayes», «arsas» ni taconazos, sino con la música pura y profunda que se encuentra después de rascar debajo del tópico.
Por eso en la poesía íntima de «Valle de Sevilla» era capaz de evocar la luna llena en Semana Santa que cantó Cernuda y en «Triana, tu Esperanza» inventó un clamor alegre de flamenco esencial, como destilado de las picudas bambalinas. Cultivó de Córdoba durante un tiempo algo de pena por la indiferencia ante su música, pero no hace tanto, un grupo de cofrades jóvenes y amantes de la música se encargó de curar la herida y todavía hubo tiempo para cinco marchas y un poema sinfónico en que cantaba a la tierra que nunca dejó de ser en su memoria.
Hoy que se ha parado el corazón generoso del que José de la Vega sacó tanta belleza no puedo dejar de recordar aquel concierto en que su música y la banda de Tejera, feliz unión de «Ángeles, Reina» y del exquisito «Fiesta Taurina», nos hicieron subir al mismo cielo en que él ya canta a la Virgen de los Dolores.