Mensajepor TERTVLIO » 18 Oct 2006, 03:12
Una marcha muy de la España de entonces. De la de las heridas que parecía que empezaban a curar. De algunas luces pero más sombras. De una España algo engañada pero que seguía hundiendo sus raices en los años que Aquilino Duque como nadie retrató en su libro El mono azul. Pero no es esa cuestión que nos interese más allá de la mera referencia introductoria tanto para el que conozca dicha obra como para el que desee reinterpretar esta marcha de Borrego desde otro punto de vista.
En otras ocasiones, en el Foro hemos hablado de marchas impresionistas; otras veces de obras itinerantes... No nos cansamos de intentar ubicar dentro de unos parámetros que nos son conocidos las marchas que escuchamos. A veces es un reto siquiera planteárselo. Pero... ¿Y en este caso? Evitando caer en localismos absurdos opino que la marcha es muy nuestra, muy del sur. Pero no nos sirve para ubicarla. Como tampoco nos sirve decir que sea fúnebre; si acaso, más bien, triste. Y eso es algo que me gustaría resaltar pues introduce Borrego ese matiz, la tristeza, en una marcha que, como ninguna otra, debía llamarse Salus infirmorum...
Porque esta marcha no la veo yo compuesta pensando en una imagen sino en una advocación. Por mucho que en los papeles ponga lo que se quiera poner. Borrego utilizaría como pretexto cualquier cosa que le permitiese exponer y desarrollar una idea, la suya. Y si de la Virgen de la Salud se tratase, a Ella se la dedicaría pero lo haría pensando en los enfermos, los que estuvieran tan necesitados de esa salud a la que nos creemos que le escribe Borrego.
Vemos que ya empieza a jugar con los conceptos. Borrego plantea entonces una marcha aparentemente fúnebre. Consigue engañar al incauto que se conforma con las dos grandes divisiones: fúnebre o con cornetas a la que recurre el vulgo. Juguetea con los conceptos, repito, y se entretiene en asomarnos al abismo de las creencias y las certezas. Pero estamos equivocados. La marcha no es fúnebre. ¿O sí? Una y otra vez Borrego parece no decantarse por una respuesta o la otra. Aunque no lo considere problema de definición sino, más bien, de intereses.
No le interesa caer en el dramatismo fácil, sencillo y recurrente de la muerte. Tema del que, por cierto, ya se habla en el subforo Reflexiones. ¿Para qué? Otros muchos ya lo hicieron. Y más serán los que sigan haciéndolo. Y no es Manuel Borrego, según lo voy descubriendo, un autor conformista y, ni mucho menos, común. ¿Por qué hacer lo que todos hacen?
No hablemos de la muerte; no escribamos sobre la muerte sino, mostrémosla, enseñémosla para reconstruir toda una obra que, aun girando en torno a ella, no la tenga por protagonista. Recurre Borrego (corríjanme los expertos en la materia) entonces a un recurso muy postreo como es la maza en plato que aporta una vibrante tensión al momento ¿final?
Vuelvo a decirlo: no. De momento final, nada. Creérselo sería echar por tierra la enorme labor de Borrego, simplificar su esfuerzo y reducirlo a la habitual mediocridad del resto. Manuel Borrego, una vez que ha mostrado los afilados y fríos colmillos de la muerte da sentido a la marcha hablando de los enfermos...
Apunta Clavesol, del que voy a tomar sus inmejorables palabras, que "es preciosa, el final de la marcha cuando los bajos reproducen la melodía anteriormente descrita por los instrumentos de timbre agudo...", recurso que a mi juicio es el que da sentido y, por tanto, título a la marcha.
El tema final es en el que aborda Borrego esa idea principal de la que hablamos. Repite varias venes la misma melodía, comenzándola antes de que termine como si de súplicas que se formulan se tratase. Las maderas se convierten en metáfora de la humanidad doliente y sufriente. Y más en aquella España, como decía al comienzo, de heridas bastante recientes. Muy de la España de entonces, con el recuerdo fresco en la memoria de hospitales con salas comunitarias de las que nacían súplicas semejantes (aunque reales) a la que Borrego plasmó en un pentagrama.
En el tema final desarrolla Borrego la súplica nacida de la falta de salud que da, como decimos, sentido y título a la marcha. Hablábamos antes de su dedicatoria. Pudo Borrego haberla titulado Virgen de la Salud, o Nuestra Señora de la Salud. Pero no lo hizo; recurrió a la letanía, genérica y acogedora que no distingue de hermanos y no hermanos: salud de los enfermos. De todos los enfermos. Esa Virgen buena y tierna que no es ninguna y lo son todas y que atiende, al final, por muy oscura que nos haya parecido la vida, a todas las súplicas que se le formulan. ¿Qué sino eso es esta marcha de Borrego?
Post Scriptum Me gusta esta marcha por su aparente sencillez. De ahí parte de su grandeza. Y me gusta porque Borrego vale más por lo que dice que por cómo lo dice. La prueba es que muchos siguen sin entenderle.