Grandes Marchas

Juan Jesús (Pedro Morales Muñoz, 1998)

Juan Antonio Barros Jódar

23 de Octubre de 2004


No cabe duda que, al componer "Juan Jesús", Pedro Morales hace algo más que escribir una marcha procesional: concibe una obra de extraordinario dramatismo y sinceridad, que quedan patentes desde el primer compás hasta la maravillosa modulación del final.

Desde el punto de vista formal podemos hablar de marcha a modo de poema sinfónico. Desde el punto de vista instrumental, la utilización de timbales y campanas nos anuncia una cierta intención "sinfónica", por así decir. La misma extensión supera la duración habitual de las marchas procesionales de nuestra época.

Creo, sin embargo, que la fuerza de esta obra se encuentra no tanto en los materiales empleados en su construcción, cuanto en la profunda y auténtica expresión de sentimientos que muestra. Mucho se ha hablado del reflejo de dolorosas experiencias personales del compositor en esta pieza. Yo intentaré analizarla desde un punto de vista meramente musical. Pero desde ahora anuncio que no es fácil.

La obra se inicia con una introducción grave en tono menor que anuncia el carácter sombrío y trágico que predominará a lo largo de sus páginas. El motivo interrogante expuesto primero por los instrumentos de timbre más oscuro se enriquece con las maderas y luego los metales hasta estallar en un "tutti" desgarrador en "fortissimo" que, poco a poco va desdibujándose hasta conducirnos al tema A.

Esta primera sección, también en menor, es de una melancolía conmovedora. A pesar de su carácter predominantemente melódico, tiene un acompañamiento rítmico original de gran efectividad. El tema se repite en "forte".

Le sigue un tema B en mayor, que introduce súbitamente un rayo de esperanza en nuestro ánimo. Pero la luminosidad no será duradera, pues tras dos acordes secos en "fortissimo", da paso a un tema C, de nuevo en menor. El "trío" habitual es sustituido aquí por un movimiento de excepcional dramatismo, de bellísima intensidad que es expresión cabal del sufrimiento. El ritmo se vuelve pesaroso, casi opresivo. La belleza tristísima de la melodía principal se hace diálogo hondo, y su dramatismo crece si cabe en la repetición en "fortissimo".

Ascenso al Calvario, transición del dolor puramente humano transmutado gracias a una prodigiosa alquimia musical en algo hermoso e incluso ejemplarizante.

El ritmo punzante de la marcha fúnebre parece detenerse en los últimos compases y entonces se obra el milagro. La sonoridad dramática se diluye en una modulación impresionante a modo mayor, hasta que el eco de los últimos acordes, mezclados con el tañido de una campana, que parece anunciar un renacer a la vida, se pierden en la lejanía.

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