Opinión

Joaquín Turina y su "Jueves Santo a medianoche"

Norberto Almandoz Mendizabal

21 de Marzo de 2014


"Todo esto me emociona profundamente, pues lo he respirado y visto desde mi niñez. Pertenezco a la Hermandad del Señor de Pasión desde muy joven", nos decía Joaquín Turina una noche en la que, absorto, contemplaba el desfile de una procesión de Semana Santa por una de las calles de Sevilla.

El insigne músico llevaba en su alma impresa la imagen de Sevilla, y en lo recóndito de su corazón, la psicología del pueblo que le vio nacer, con todo su complejo religioso, folklórico, ambiental...

Ella fué la apasionada musa que le inspirara tiernas bellezas; a ella cantó con idolátrico amor filial, ensalzándola con el encanto de insignes músicas.

Alma enamorada de Sevilla la de Joaquín Turina. Pudiera hacer suyas las bellas estrofas del poeta catalán: "Grabaré tu nombre en la nieve pura - el viento vendrá, la deshelará; - no busques tu nombre en la nieve blanca - que allí no estará". "Grabaré tu nombre en canciones mías - el tiempo al pasar las ha de borrar; - allí donde quede una canción mía - tu nombre estará".

Si Turina, que cantó a todo cuanto hay bajo el cielo de Sevilla, ¿cómo habría de acoger en su pentagrama los episodios de la Semana Santa, tan amados e intensamente vividos por él?

Y fué una de sus primeras composiciones, la suite "Sevilla", "el opus 2" del entonces joven músico residente en París; es la primera obra después de su fervorosa "conversión" al nacionalismo, al auténtico españolismo, que había de adquirir honores universalistas, como había adquirido la música de los rusos, checos...

La Providencia se interpuso en la persona de Isaac Albéniz en la incipiente carrera de Joaquín Turina. Sin ella, la obra de Turina hubiera naufragado en el mar alborotado de la lucha que, entre debussystas y scholistas, por entonces se libraba en París.

El verbo cálido y persuasivo del autor de "Triana", que asistía al estreno del "Quinteto" del compositor sevillano, escrito al dictado franckiano, obró el prodigio. Turina y Falla se dejan convencer, y Albéniz conquista para la causa de la música española dos insignes valores que han de regir los destinos del arte nacional.

"Bajo los naranjos", "Jueves Santo a media noche" y "La Feria" son los títulos de la suite "Sevilla". Estrenada en París, Turina la dio a conocer en España en 1908, en Sevilla. Dejemos para otra ocasión los números primero y tercero, y adentrémonos en el ambiente de recóndito espiritualismo de "Desfile de una Cofradía por una callejuela".

Episodio es éste que Turina lo ha captado con fidelidad de fervoroso cofradiero. Evoca en él la nocturnidad de la conmemoración sevillana, de esencial e inconfundible fisonomía religiosa, con rasgos de intenso colorido.

La introducción, iniciada en las penumbras de la región grave del instrumento, interrumpida por los lejanos toques de las trompetas, que, a su vez ceden paso al apasionadamente expresivo tema del primer tiempo, ambientan el número de emocionante realismo. Los pasos de los cofrades, que desfilan en persistentes ritmos, sostienen las bellísimas frases de una canción popular, suave y acariciadora, que se eleva con majestuosa nobleza. Prosigue el monótono y rítmico desfile de los hermanos; las trompetas suenan aún en mayor lejanía, y misteriosos acordes preparan el pasaje del canto de la saeta. La saeta, sublime expresión en que el pueblo, sin intervenciones pentagramales, ha armonizado la fe y el sentimiento de las sacrosantas escenas del Calvario y Dolores de la Virgen María, que hizo brotar de la pluma de otro eximio hijo de Sevilla, Manuel Machado, las bellas estrofas:

Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subirse a la Cruz.

Turina la exalta con arte y emoción conmovedoras. Burbujeantes y asordinados ritmos de delicadas armonías sirven de acompañamiento a la deliciosa saeta entonada en el misterio de la noche:

Por allí viene San Juan
con "er deo" señalando
en busca de su Maestro
que lo están crucificando.

La voz trémula del catador rompe el celaje nocturno y cobra alturas celestiales.

El compositor, acatando doctrinalismo "scholista", del que su insigne fundador hizo gala, pronto apericia al "saetero" compañero que rivaliza en la canturia, estableciéndose entre ambos competición digna de Wagner y Beckmesser de los "Maestros cantores". Afortunadamente, aquí no se ventilan intereses artísticos, sino otros de más elevada espiritualidad.

Van desvaneciéndose los ecos de las saetas en las angostas calles. Aún se pueden percibir los de

Por mi culpa te azotaron
y por mi amor te prendieron.

Y muy en lejanía los gangosos toques de las trompetas...

Y este poema de palpitante emoción y sentimiento, que Sevilla vive todos los años, se esfuma suave y quedamente, como mansa ola que muere en la leve arena.

Norberto Almandoz, Canónigo Maestro de Capilla de la Catedral
Revista "Calvario" 1955

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