Investigación

"Estoy escuchando lo que veo y viendo lo que escucho" (Stravinsky)

A la memoria de José Manuel Muñoz Suárez

Guillermo Sánchez

26 de Mayo de 2025



Stravinsky y Diáguilev en Sevilla


        Nuestra Semana Santa está llena de leyendas apócrifas que más allá de ser o no ciertas, como los propios mitos, tienen el valor de explicar un universo propio y complejo. Conocido es el propio gusto del sevillano por el romanticismo y por la salvaguarda de esa otra hermosa ciudad que solo existe en sus sueños. Tal vez por eso, a veces resulte difícil la reconstrucción de ciertos relatos que parecen como diluidos y enmarañados en la bruma del tiempo...

       Por extraño que parezca, la noticia de la presencia en Sevilla de un personaje tan reconocido y superlativo en el mundo de la música como el compositor ruso Ígor Stravinsky quedó envuelta en la ensoñación primaveral de aquella tarde del Miércoles Santo, 23 de marzo de 1921 para más señas...
     "Estoy escuchando lo que veo y viendo lo que escucho. Transmitan al autor mi felicitación". Esta fue la frase que pronunció Ígor Stravinsky en presencia de Juan Lafita después de ver mecerse el palio de la Virgen del Refugio al son de "Soleá dame la mano", la marcha compuesta por Manuel Font de Anta, con la interpretación de la Banda del Regimiento de la Reina número 2 de Córdoba. No estaban solos aquella tarde de Miércoles Santo en la Puerta de la Carne. Juan Lafita se había prestado para convertirse en aquella Semana Santa en cicerone de la expedición rusa, compuesta por el empresario y presidente de la compañía de "Los ballets rusos", Sergei Diaguilev, de su secretario personal, el joven poeta Boris Kochno, y del director comercial, Randolfo Barocchi. Aunque entendía y pronunciaba muchas palabras en español, Ígor Stravinsky pronunció su celebérrima frase en francés. Hay que agradecer al historiador, dibujante, periodista y políglota Juan Lafita que se tomara en serio su traducción y la hiciera llegar a sus destinatarios, el ya reconocido músico y cupletista Manuel Font de Anta, así como a los miembros de su familia, en especial a su padre, Manuel Font Fernández de la Herranz, director de la Banda Municipal de Sevilla, y a su hermano, el violinista José, que participaron decisivamente en la instrumentalización de esta brillante composición. Algunos años después, Juan Lafita compartiría el relato en el seno del Ateneo de Sevilla con el hermano menor de Manuel, el abogado y ateneísta Julio Font de Anta. Este último testimonio quedó reflejado en el transcurso de una entrevista realizada en 1955 en el domicilio familiar de los Font en la sevillana calle Miguel Cid por el locutor, pregonero e investigador cofrade José Luis Garrido Bustamante, otorgando así un sello fidedigno a lo que había quedado en manos de la tradición oral y la propia leyenda.

             Aquella estación de penitencia estaba llamada a pasar a la historia por ser la del regreso de la hermandad de San Bernardo al Miércoles Santo, su originario día de salida, respetado hasta 1841, pero trasladado al Jueves Santo desde 1881. El escenario sería irreconocible para las generaciones anteriores y posteriores. Ya llevaba más de medio siglo demolida la Puerta de la Carne como tal, se había ensanchado la calle Santa María la Blanca y las huertas aledañas al Real Alcázar habían dado lugar al paseo del Retiro, hoy paseo de Catalina de Ribera. Todavía estaban por construirse el Parque de Bomberos y el mercado. El entorno del barrio había transformado su originario arbolado natural y su personalidad agraria y ganadera, en vísperas de la Exposición Iberoamericana de 1929, con la intención de recibir prometedoras inversiones industriales. 

      En vísperas de aquella salida, la hermandad de San Bernardo había realizado hasta catorce peticiones de intervención en el pavimento público de las calles que le llevaban al centro de Sevilla para facilitar el trabajo de los costaleros y cumplir puntualmente con los horarios de su estación de penitencia. De hecho, el año anterior (1920) realizó la salida en la tarde del Jueves Santo y encontró cerradas las puertas de la Catedral, según informaba el diario La Unión, porque en su interior "ya se había empezado a cantar el Miserere".

     A la salida de aquel Miércoles Santo de 1921 se había estrenado la marcha del maestro López Farfán "El Refugio de María", dedicada a la hermandad. Según publicaba el diario La Unión, "el público premió con aplausos no solo la admirable página musical sino también la excelente ejecución del grupo del Regimiento de la Reina y ha llamado mucho la atención el artístico tocado de la Virgen del Refugio...". Se trataba del debut con la hermandad de San Bernardo de esta prestigiosa banda militar cordobesa fundada en 1875. En 1921 estaba dirigida por Juan Berruezo de Mateo, un músico que años después llevaría la batuta de la mítica orquesta de "La Pamplonesa", la misma que desde su fundación hasta nuestros días pone la banda sonora a los sanfermines con el clásico "Riau, Riau". Juan Berruezo tuvo a sus órdenes a Manuel López Farfán entre 1912 y 1915 y tendría en sus filas como tromba a Pedro Gámez Laserna en los últimos años de la década de los veinte. La banda del Regimiento de Infantería Reina número 2 salió tras la Virgen del Refugio cuatro años seguidos, hasta que llegó a la hermandad otro buen amigo de López Farfán, Manuel Pérez Tejera. Según asegura el investigador musical José Manuel Castroviejo, en 1925 "fue contratada por primera vez la banda del maestro Tejera, relación que se mantuvo casi ininterrumpidamente hasta 1947".

    El aspecto más destacable de la salida en aquellos primeros años del siglo XX estaba marcado por el paso a nivel del llamado ferrocarril de los Andaluces. Todavía faltaban tres años para que el arquitecto regionalista Juan Talavera y Heredia diseñara en estilo neobarroco el Puente de San Bernardo (1924), el único que hoy en día sigue en pie de los tres realizados en la época para facilitar el acceso de los trenes a la Estación de Cádiz.

         Por orden de aparición, la primera escena que se representó ante los ojos de nuestros protagonistas merecía por sí sola una obertura de ópera: el deslumbrante clarín de Rafael Macías Borrás (nacido en San Bernardo en 1887), ya por aquella época popularmente conocido como "el brigada Rafael", montado a caballo al frente de la Banda Montada del Tercero Regimiento Ligero de Artillería. El brigada Rafael ya hacía las delicias de los espectadores antes de ese reconocimiento público que le tributara el Rey Alfonso XIII en 1929, en recuerdo de su duelo de cornetas en la Campana con la banda del Regimiento de Húsares de la Princesa.

        Ígor Stravinsky admiró la imagen del anterior Cristo de la Salud, perdido en el incendio de 1936. Arrodillada a sus pies estaba la Santa María Magdalena que sería retirada del paso en 1928. Según testimonios de la familia Santizo, en 1921 ya ejercía como pertiguero en el paso de palio el iniciador de la saga, José Santizo Roldán. La vara de Hermano Mayor, que medio siglo antes llegó a ostentar el torero Francisco Arjona, "Cúchares", estaba por segundo año consecutivo en manos de Antonio Filpo Rojas, el mismo que luego sería pregonero y conseguidor del título de "muy mariana" para el blasón de la ciudad de Sevilla en 1945.

        Y Stravinsky contempló aquella imagen de la Virgen del Refugio atribuida a Luisa Roldán (a Cristóbal Ramos según otras fuentes) que se perdiera en el vandálico incendio de 1936. La Virgen se mecía al son de "Soleá dame la mano" con el manto de terciopelo azul con bordados en oro -según una investigación realizada por Rafael Jiménez Sampedro-, estrenado en 1884 y conocido como el "de las manzanas" que había sido realizado por las señoritas del taller La Cuadra. Stravinsky admiró el movimiento del viejo palio bordado con oro y pedrerías por Juan Manuel Rodríguez Ojeda que había sido estrenado en 1912, con diseño del pintor costumbrista sevillano José Toba Villalba, un personaje admirado por Juan Lafita y su hermano José, también pintor. Las caídas interiores del palio eran las confeccionadas por Patrocinio López en 1881, aunque según la investigación realizada por Enrique Guevara "en 1906, las actas desvelan que hay numerosas reformas de la bordadora Concepción Requena". Hablamos, por tanto, de una superposición de estilos, épocas y autores, una excepcional obra de sincretismo artístico que sería vendida en 1927 por 16 mil pesetas a la Hermandad del Mayor Dolor de Jerez de la Frontera. 

           "Solea dame la mano" seguía el estilo impresionista de Falla y Turina. La marcha se estrenó en el patio del asilo de San Fernando en un ensayo general, según publicó El Noticiero Sevillano, el 2 de marzo de 1918, y fue interpretada por primera vez en Semana Santa el Domingo de Ramos de ese mismo año, tras la Virgen de la Amargura, en la Alameda, con la interpretación de la Banda Municipal que dirigía Manuel Font Fernández, autor de la instrumentación de la marcha y padre de Font de Anta. La banda municipal poseía el monopolio de la partitura, pero la obra no fue registrada hasta el 14 de junio de 1922, cuando dio este paso José Font de Anta ante la repercusión que empezaba a tener la composición. 

   El actual director de la Banda Sinfónica Municipal de Sevilla, Francisco Javier Gutiérrez, considera que "Soleá dame la mano" es "infinitamente mejor que la marchas para bandas de Beethoven o las de viento de Mozart", pero Stravinsky no solo quedó deslumbrado por la brillantez de la partitura y su interpretación, sino por su inspiración y dedicatoria. Como dejó escrito su propio autor, "los desgraciados presos, al cantarle saetas a la Virgen en Semana Santa, me hicieron concebir esta obra". Como culto anfitrión de aquella expedición rusa compuesta por un compositor, un poeta, un coreógrafo y un director de ballet, Juan Lafita contó a sus acompañantes que Manuel Font de Anta se sintió iluminado por una vieja estampa entre sombreros de ala ancha en la que sobresalía la visión de las manos de un preso, surgidas de las rejas del postigo de la cárcel del Populo para cantarle una saeta a la Esperanza de Triana. El poeta Juan Sierra, otro testigo contemporáneo, describió así la escena: "Un momento de expectación ruda, apremiante...Todas las miradas se dirigen hacia las rejas del viejo edificio. Entre los desconchados de aquella pena honda, sombría, ha salido una voz...Es un preso que canta". Se trataba de la saeta carcelera de un peón arenero de Villamanrique de la Condesa llamado Paco, según contó Julio Font de Anta a José Luis Garrido Bustamante.

   El diario La Voz publicó en Madrid una entrevista con Ígor Stravinsky en la que hablaba de su inminente viaje a la Semana Santa de Sevilla. "Tienen ustedes una riqueza tan grande en ritmos y melodías como nosotros y como los norteamericanos, que la tienen naturalmente no gracias a los ingleses sino a los negros". Gracias a esta entrevista podemos aproximarnos a la imagen que Stravinsky paseó por las calles de Sevilla en aquella Semana Santa: "Se despide de nosotros, jovial y simpático, sin melenas ni genialidades; afeitado y con el pelo cortado al rape". 

    El músico ruso decía que "el arte es constructivo en esencia". A entender con propiedad la impresión que le causó este momento vivido y oído pueden ayudar sus reflexiones sobre el fenómeno musical, "un orden entre el hombre y el tiempo", y su sentido de la poética y los procesos creativos que "tienden a unificarse por ser variedades de una rítmica que prometen riquezas inagotables". El músico ruso llamaba resonancia a esa búsqueda de unidad que demuestran sus obras. Ígor Fiódorovich Stravinsky (San Peterburgo, 1882) saltó a la fama gracias a la apuesta realizada por Serguéi Pávlovich Diáguilev para representar en París su singular ave fénix, "El pájaro de fuego" (1910), que compuso siguiendo los esquemas de su maestro, Rimski-Kórsakov, escenificando los hechizos de ogros y princesas en una danza popular rusa alrededor del árbol de las manzanas de oro. El paso de la hermandad de San Bernardo bien pudo recordar a Stravinsky su propia "Consagración de la primavera" (1913), el rapto y sacrificio de una doncella que los dioses necesitaban para ordenar el inicio de la estación "como si la tierra se resquebrajara", una obra estrenada por la compañía de Diàguilev en el teatro de los Campos Elíseos. Stravinsky había sufrido serios apuros económicos en Suiza en el transcurso de la Primera Guerra Mundial, pero en 1921 ya vivía en París y saboreaba el éxito y la estabilidad financiera después de escribir la música del ballet "Pulcinella", con escenografía de Pablo Picasso.

   Diáguilev también creía en las sinergias entre danza, música, literatura y arte. Sin ir más lejos, entabló relación con Manuel de Falla gracias a "El sombrero de tres picos", también con escenografía y vestuario de Pablo Picasso. Turina y Falla también conocían a Stravinsky tras la experiencia de interpretar a cuatro manos una versión de "La consagración de la primavera". Su cicerone en Sevilla, Juan Lafita, llevaba varios años esperando esta cita con la idea de participar en la formación de un ballet de temática española, a imagen y semejanza del ballet ruso y los bailes vieneses. Puede deducirse este plan de una carta remitida por Manuel de Falla a Juan Lafita en marzo de 1917: "Hablé con Diàguilev de cuánto vd me dijo. Está muy agradecido. Cuando venga a Sevilla ya le avisará".  La oportunidad soñada llegó en aquella Semana Santa. Hay que tener en cuenta que Juan Lafita era en ese momento archivero del Archivo General de Indias y versátil periodista que firmaba según la ocasión con seudónimos como Jatifal, Juan Hispaleto, Bemoles, Bambalina, Juan del Puerto, Fuselaje... pero todavía no había sido nombrado director de Museo Arqueológico, cargo que ostentó entre 1925 y 1959.   

        Según decía Sergei Grigoriev, director de escena de los ballets rusos, Diáguilev "estaba en éxtasis por la belleza de España". La Primera Guerra Mundial le obligó a un provisional exilio en Madrid y San Sebastián, donde dirigió la obra "Las meninas". De hecho, ya había representado con éxito algunas de sus obras en 1914 en el teatro Cervantes de Sevilla. No se daban las mejores circunstancias políticas en aquella Semana Santa de 1921. El asesinato en un atentado en Madrid del presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato, estaba a punto de cambiar la historia de España. Sin embargo, como ya ocurriera en su estreno en su primera comparecencia en 1916, Diàguilev recibió la visita y la efusiva felicitación del Rey Alfonso XIII, admirador de su obra. "No hago nada, pero soy imprescindible, como usted", llegó a bromear Diàguilev con el monarca.

    Grigoriev ya dejó constancia por escrito de la visita de Diáguilev a varios cabarets nocturnos madrileños con la idea de "transportar un cuadro flamenco tal cual, a París y Londres, donde estaba seguro de que no se había visto nada igual". Estaba también convencido de cerrar ese proceso de captación en Sevilla, aprovechando el descanso de las representaciones de su compañía en el Teatro Real de Madrid. Diáguilev llevaba siempre a mano la guía turística "Baedeker", publicada para España y Portugal en 1908. 

     Los cuatro visitantes se hospedaron en el Hotel Madrid, en la Plaza del Pacífico (hoy llamada Plaza de la Magdalena). Todavía no podían verse cofradías en la calle el Lunes Santo ni el Sábado Santo, pero Stravinsky disfrutó de una semana completa en Sevilla. Así puede deducirse de unos abanicos de papel y varillas de bambú con ribetes dorados, autografiados por el músico ruso, que se conservan gracias a Juan Lafita. En uno de ellos puede leerse una dedicatoria escrita en castellano: "A la bellísima señorita Alicia Ferrer Vidal en recuerdo de la venta de Eritaña. Con toda su admiración. Ígor Stravinsky. Sevilla. Marzo. Sábado de Gloria de 1921". 

       La periodista Eva Díaz Pérez habla de "una copa de manzanilla en el salón principal del hotel" a la espera de la llegada de Juan Lafita y de una visita el Jueves Santo a la Alameda para ver pasar "una virgen festiva en medio del dolor, la del Rosario"... Pero poco más trascendió de sus visitas cofradieras, aunque sí consta que las rutas terminaban cada noche en la Venta de Antequera, la venta de Eritaña o el Kursaal Central por razones estrictamente profesionales. En la venta de Antequera firmaron el contrato para la representación de "Cuadro flamenco" con Charles B. Cocchram, empresario del Prince's Theatre de Londres. Y allí patrocinaron Sergei Diàguilev y el empresario Randolfo Barocchi audiciones flamencas que resultarían frustrantes si nos atenemos al testimonio que dejó años después en Nueva York el poeta y secretario personal de Diaguilev, Boris Kochno: "Mientras que cada aspirante esperaba su turno para presentarse ante Diàguilev, se le permitía beber lo que deseara y en la cantidad que quisiera. Vi a varios de los artistas bastante incapaces cuando llegaba el momento de ponerse en pie para caminar hacia el escenario. Algunos concursantes volvieron varias noches seguidas sin que llegáramos a descubrir sus cualidades artísticas". Nada que ver con el resultado de las audiciones organizadas por Diáguilev en la misma venta de Antequera en 1918, según el testimonio de la bailarina rusa Lidya Sokolova, cuando "cada bailarín parecía ser mejor que el anterior", hasta el punto de provocar la salida a escena del bailarín gaditano del ballet ruso, el mítico Félix Fernández, para dejar clara su titularidad. No obstante, Diàguilev tuvo la ocasión de contratar a Pepa García Escudero, que ya había debutado con Pastora Imperio en "El amor brujo" y saltaría a la fama con el nombre artístico de María de Albaicín por ser una de las estrellas flamencas del ballet ruso y modelo del pintor Ignacio Zuloaga.

    Según la investigación realizada en el blog "Flamencos por derecho" por Ángeles Cruzado Rodríguez, cuando hubo apalabrado la contratación de varios artistas más, Diaguilev abandonó Sevilla y dejó el tema en manos de su director comercial y de los hermanos Lafita. Barocchi firmó para el ballet ruso a la cantaora Antonio García "La Minerita", a su esposo, el guitarrista Manuel Rodríguez, al bailaor Juan Sánchez Valencia "Estampío", a la bailaora "La Rubia de Jerez" y a los artistas cómicos "Gabrielita la del garrotín" y "Mate sin pies", un torero retirado al que habían amputado los pies. Barocchi anunció en un telegrama a Diaguilev que llegarían a París en tren el doce de mayo y "todos, repito, todos están chiflados". Como resultado de las gestiones iniciadas en aquella visita a la Semana Santa de Sevilla, "Cuadro Flamenco" y los ballets rusos debutarían el 17 de mayo de 1921 en el Theatre Gaité Lyrique de París... Cocchran registró que "las entradas se agotaron cada vez que actuaron los españoles". Según "Le Figaro", recaudaron más de cien mil francos en tres días, con "un público en delirio que consagró el renombre de esta compañía". Los decorados y el vestuario de Picasso resultaron "turbulentos" para unos, "dadaístas" para otros, "en sí mismo un acontecimiento artístico", según "Le Petit Parisien"... 

       Según Richard Buckle, crítico ingles de ballet, "tanto Stravinsky como Diàguilev llegaron a la conclusión de que no tenía sentido reescribir la música de aquellos flamencos". Según Douglas Cooper, historiador del arte, "aquellos artistas instintivos no estaban habituados a aprender papeles". El gozo de Juan Lafita quedó sepultado en un pozo, pero gracias a su primigenio propósito de colaboración conocimos ese momento mágico vivido en la Puerta de la Carne. "Estoy escuchando lo que veo y viendo lo que escucho". Como dice San Mateo, "no son ya más dos, sino una sola carne". Serguei Diàguilev falleció en 1929 en Venecia, donde sería enterrado. Ígor Stravinsky se nacionalizó estadounidense, murió en Nueva York en 1971, a los 88 años de edad, y su última voluntad fue la de ser enterrado en el cementerio de San Michele, en Venecia, junto a la tumba de su amigo Serguei Diàguilev. Que no separe el hombre lo que han unido Sevilla y Venecia, la vista y el oído, la música y la danza, la marcha "Soleá dame la mano" y la Virgen del Refugio...


Guillermo Sánchez, periodista y escritor

Publicado en el anuario de la Hermandad de San Bernardo. Cuaresma 2025.

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